Jueves, 13 de Octubre de 2022

Estudios lentos (Slow scholarship) por John Lutz

Estudios lentos

Es probable que haya oído Ud. hablar del “Movimiento comida lenta”, la campaña de comensales, cocineros, jardineros, viticultores, agricultores y restauradores que han adoptado una postura crítica ante el cambio de nuestra sociedad, en la cual, para la mayoría, la comida es algo que se consume, en lugar de saborearse, sirviéndose y comiéndosese “rápidamente” de camino a hacer otra cosa. La “comida lenta”, por el contrario, es algo que se prepara con cuidado, con ingredientes frescos, locales cuando sea posible, y que se disfruta tranquilamente en torno a una mesa con amigos y familiares.

“Estudios lentos” es una respuesta similar a los estudios apresurados. Los estudios lentos se piensan, se reflexionan, siendo el producto de tal reflexión una especie de prueba de campo contra otras ideas. Se preparan cuidadosamente, con ideas frescas, locales cuando sea posible, y se disfrutan mejor sin prisas, solo o como parte de un diálogo alrededor de una mesa con amigos, familia y colegas. Al igual que la comida, suelen ir mejor con el vino.

En su afán por publicar en lugar de perecer, muchos académicos envían en algún momento de su carrera un artículo de conferencia a una revista que puede estar todavía a medio cocinar, puede tener sólo una chispa de originalidad, puede ser una ligera variación de algo que ellos u otros han publicado, puede basarse en datos que todavía son preliminares. Eso es un caso de estudios apresurados.

Otros académicos envían al mundo sus rápidas respuestas a una charla que han escuchado, a un artículo que han leído, a un correo electrónico que han recibido, a través de un Tweet o de un Blog. Eso es erudición rápida. Rápida, improvisada, fresca, pero no el producto de una honda reflexión, comparación o contextualización. El Tweetscape y la Blogosfera rebosan de primeras impresiones, a veces ociosas, a veces airadas, a veces chuscas, siempre precipitadas.

Surgen los Estudios Lentos de mi propia experiencia de tardar 17 años desde el inicio de mi doctorado hasta la publicación del libro que se originó en la tesis doctoral. Fue cuando ese libro ganó el premio Harold Adams Innis al mejor libro de Ciencias Sociales en Canadá, cuando empecé a reflexionar sobre los beneficios del largo viaje, las muchas reescrituras, la reconsideración y la investigación adicional que tuvo lugar durante esos años. Luego me di cuenta de que un par de tesis de maestría de las que fui examinador, que tardaron de tres a cinco años, eran piezas notables de erudición, muchas veces más valiosas que las tesis de maestría de uno y la mayoría de dos años, y he empezado a ver otros frutos de la erudición lenta.

En un mundo académico en el que los índices de citación cuentan cuántas veces se cita un artículo, y no si es un buen o mal ejemplo, el erudito reflexivo, que escribe un libro sólo unas pocas veces en su larga carrera, ha perdido prestigio y, dado que la remuneración suele estar vinculada a la frecuencia de publicación, dinero. Los estudios lentos celebran a aquellos autores que crean un pequeño pero poderoso legado.

Los estudios lentos son a los blogs lo que la “longue durée” de Braudel es a la historia de los acaecimientos. Una reflexión sobre las estructuras profundas, los patrones y las ideas que son los cimientos culturales de las manifestaciones diarias más transitorias y fáciles de observar. Si las entradas de los blogs son respuestas rápidas e instintivas, la alternativa “Estudios lentos”, el “Blog lento” o “Slog”, implican la publicación en la web de ensayos cortos y reflexivos, que han sido cuidadosamente pensados. Por lo general, no se publican más de un par de veces al año.

Los tweets lentos, o “Sleets”, son frases muy cuidadosamente elaboradas, que contienen tanto que casi pueden leerse como un poema o un haiku por sí solos. Aunque son frases cortas, no están limitadas a un número determinado de caracteres. Un Sleet es algo más que un destello lingüístico momentáneo. Un Sleet debe captar un pensamiento complejo, inspirar ese tipo de pensamientos en otros, y ser digno de conservarse para la posteridad.

Dr. John Sutton Lutz
Universidad de Victoria, Departamento de Historia

  1. Camilo Vázquez

    Jueves, Octubre 13, 2022 - 18:23:41

    No recuerdo a qué sabio oriental le pidieron una guía para el buen vivir. Contestó, con ese laconismo que hace parecer charlatanes a los de Laconia: “Atención.”
    Y me parece que no es mal consejo: poner atención en todo lo que se hace, sea regar las plantas o escribir un artículo (o leerlo.) Así que puede ser que, aunque una cosa suele conllevar la otra, la clave de los males que denuncia este señor se encuentre más en la falta de atención que en la velocidad. Lo digo porque en otros tiempos (en el XIX, p. ej.) abundaban los polígrafos capaces de dejar un legado de decenas de miles de páginas, una sola de las cuales resultaría a lo mejor más valiosa que cien srtículos académicos actuales. Nuestros antepasados trabajaban rápido y además bien. Posiblemente porque no dispersaban tanto su atención en pamplinas.
    Quizá ocurre que hoy sufrimos una epidemia de lo que los psicólogos llaman un TDAH. Resultando que a los que antes hubiesen sido sanos ahora se los considera Asperger.

  2. Lorenzo

    Viernes, Octubre 14, 2022 - 11:21:20

    no abundaban. Son casos excepcionales, quizá cien en todo el siglo XIX y en todo el mundo. Y trabajaban sin apresuramiento. Un diccionario de Pierre Larousse no lo escribía ese polígrafo con prisa, sino tomándose todo el tiempo necesario, sin plazos. Lo mismo Andrés Bello, Marcelino Menéndez Pelayo y tantos otros.
    La atención es incompatible con la premura, el apremio, el plazo que se echa encima. La hojarasca de millones de artículos “peer-reviewed”, en su mayoría prescindibles y nugatorios, sin duda se hacen sin mucha atención, pero la causa de esa inatención es la prisa, querer forzar el ritmo.
    Ningún aparato funciona bien si se fuerza al máximo. Nuestro cerebro tampoco.

  3. Lorenzo

    Viernes, Octubre 14, 2022 - 11:22:17

    Yo soy Asperger. De lo cual no me siento orgulloso. Ese desorden del espectro autista (como ahora se llama, DEA) ha constituido un grave escollo en mi vida, desde la escolar a la académica pasando por la política.
    Cierto, los Asperger, por concentrar nuestros intereses mentales y no dispersarlos, podemos trabajar con ahínco, pero de suyo ser un Asperger no implica ser un genio ni siquiera ser muy inteligente.
    A cambio las relaciones con los demás resultan muy dificultadas.
    Si Menéndez Pelayo o Einstein eran Asperger lo ignoro.
    Yo hubiera preferido no ser Asperger; sólo que, como dijo mi maestro Leibniz, ese tipo de consideraciones vienen a significar que uno preferiría que, en vez de sí mismo, hubiera existido otro individuo igual en todo salvo en un rasgo determinado.

  4. Camilo Vázquez

    Sabado, Octubre 15, 2022 - 03:40:41

    No recuerdo cuándo ni a quién, solo sé que se trataba de un psiquiatra español de cierto prestigio, escuché decir que en los últimos decenios la psiquiatría oficial se había sacado de la manga varias enfermedades que antes eran consideradas simplemente rasgos de carácter. No recuerdo si el Asperger contaba entre ellas, pero sí la depresión, el trastorno bipolar y el TDAH, por ejemplo. No negaba exactamente que tales enfermedades existiesen: negaba que la mayoría de los diagnosticados la padecieran. A juicio de este señor, la mayoría de los niños diagnosticados con TDAH (no todos) son simplemente esos niños que antes llamábamos atolondrados, gamberros o vagos. Niños que a menudo no necesitan una terapia, sino más bien una educación adecuada. Añadía la acusación de que esta proliferación de enfermos y enfermedades tenía una finalidad económica: más terapias y, sobre todo, más medicamentos.
    Yo carezco de conocimientos sobre el asunto, pero me dio que pensar lo que dijo este psiquiatra. Y saqué en conclusión que esta sociedad tolera muy mal las diferencias de carácter. Mis abuelos contaban historias de vecinos, amigos y familiares suyos que hoy resultarían casi inimaginables: ridículas, estrafalarias, en algún caso hoy constituirían un delito. Me da la impresión de que, contrariamente a lo que se nos cuenta, en nuestra época existe un control mucho más férreo de las costumbres, los modales, las aficiones, etc. La lista de lo políticamente incorrecto ha cambiado de contenido en un siglo, pero probablmente también ha multiplicado sus prohibiciones. Y, de todos modos, el ostracismo social le espera probablemente no ya al que piensa distinto (eso quizá haya pasado siempre) sino incluso al que viste, se peina, se ríe, lee, se divierte, habla o come distinto.

    ¿No cree que el problema de las relaciones con los demás podría no existir para usted en otra sociedad diversa a la que le ha tocado vivir, debido a que en ellas su carácter resultaría completamente normal? ¿Y, sin embargo, el de los que hoy triunfan socialmente no resultaría intolerable en otros tiempos? Por ejemplo, ya que lo ha mencionado, ¿cree que su carácter hubiese resultado igualmente incompatible con las relaciones sociales normales en la sociedad de Leibniz? Yo creo, por ejemplo, que hubiese resultado mucho más incompatible que el de, pongamos, Zizek.
    Ser concienzudo en el trabajo, insobornable en los principios, independiente en los juicios, etc. implica hoy ser y actuar de un modo más inadmisible que nunca, creo yo. Hasta el punto de que la sociedad enferma decreta enfermo al que en otro tiempo habría sido ejemplo de salud.

    PS
    Aprovecho la ocasión para comentarle que en su página de FB, en la entrada del 5 de Octubre, le dejé una pregunta. Si es que se le pasó leerla, no hace falta que la busque: se la planteo aquí de nuevo. En lo que sobre usted llevo leído y escuchado no he encontrado ninguna referencia a sus creencias religiosas, si es que tiene alguna. Y, conociendo algo de su pensamiento, en el que no se oculta cierta simpatía por el cristianismo, me parece una pregunta pertinente y que tal vez iluminaría el resto de sus posicionamientos filosóficos y de otro tipo.
    Claro está que me parecerá perfecto que no desee hablar de ese asunto que para muchas personas pertenece al ámbito de lo privado. Yo, más para no solicitar algo que no ofrezco que porque tenga interés, le aclaro que no soy creyente en religión alguna pero sí que siento simpatía por algunos aspectos de algunas y curiosidad por casi todas.
    Un afectuoso saludo.

  5. Lorenzo

    Sabado, Octubre 15, 2022 - 18:35:14

    Tampoco yo soy experto en neuropsicología; pero siempre fue obvia, desde mi niñez, mi subnormalidad comunicativa.
    Ya en mi vejez, leyendo y escuchando a un número de especialistas del máximo prestigio, hice los tests y daba positivo en casi todo para ser un típico Asperger.
    Dudo que haberlo sabido antes me hubiera servido. Tardíamente había aprendido a disimular mi anomalía. En realidad desde mi juventud aprendí a ocultarla un poco, haciéndome violencia.
    Conque, inclinándome ante el dictamen de la ciencia médica de hoy (tan falible como la física y la sociología), juzgo que, efectivamente, soy psicosocialmente subnormal, si bien he de admitir que tal desorden ha sido un factor positivo para mi cursus studiorum, pues sólo con una concentración excepcional sería posible una carrera así en lógica, filosofía y derecho (emprendida además con mucho retraso por los 8 años de consagración a la causa revolucionaria, perdidos para mi vocación intelectual).
    Pienso que mi anomalía habría sido aún más discapacitante en siglos anteriores. Cierto, hoy es asfixiante la opresión de lo políticamente correcto, pero en épocas pasadas no faltaban las reglas de conducta arbitrarias, cuya conculcación se sancionaba con manteos, cencerradas, vapuleos –o al menos ostracismo–, según lo vemos en la literatura, empezando por Cervantes y la gran picaresca del siglo de oro.
    Yo siempre habría sido un bicho raro, rarísimo, pues así soy.

  6. Lorenzo

    Sabado, Octubre 15, 2022 - 18:45:26

    lamento no haber visto esa pregunta en FB. No me manejo bien en esa red (aunque infinitamente peor en twitter, que siempre se me ha atragantado).
    Soy católico no creyente.
    Soy panteísta.
    Creo que Dios es adorado en todas las religiones a través de fábulas.
    De entre todas ellas prefiero el cristianismo, a cuya dogmática y a cuya moral me siento más cercano. Sin fe alguna en la Biblia ni en el magisterio eclesiástico ni en la tradición.
    Acaso aquella religión que más detesto es la de Yahvé, un dios omnipotente y malo.
    Pese a mi panteísmo, no oculto que, desde mi adolescencia, me atrae, contradictoriamente, el dualismo de la religión mazdeísta y sus sucesoras, hasta el catarismo. Algo siento en mis huesos que va por ahí. Mi experiencia lo confirma. Pero no se concilia con mi sistema metafísico, la ontofántica.

  7. Lorenzo

    Sabado, Octubre 15, 2022 - 18:46:45

    Mi primer libro fue LA COINCIDENCIA DE LOS OPUESTOS EN DIOS, Quito, 1981

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