Jueves, Noviembre 25, 2021

19 de noviembre, día de lucha por los derechos del varón

por Lorenzo Peña
La casualidad ha querido que arranque esta bitácora justo el 19 de noviembre, el día internacional de lucha por los derechos del varón.

Recordemos que el 8 de marzo fue celebrado inicialmente como jornada reivindicativa de afirmación y promoción de la mujer y de la niña contra las discriminaciones falocráticas; día del feminismo. Pero de otro feminismo, del feminismo de 1850-1975, aproximadamente.

LLamóse de varios modos. En general «Día internacional de la mujer». Curiosamente, a partir de 1990 o así, cuando ya tales discriminaciones estaban superadas (generalmente desde hacía mucho tiempo), pasaron los periodistas a llamar a esa jornada «día de lucha por los derechos de la mujer». Mas ya no había reivindicaciones que plantear, si de derechos se trataba.

Otra cosa es el cúmulo de costumbres, mentalidades e inclinaciones; de todo lo cual los neurólogos, los psicólogos, los sociólogos siguen debatiendo para saber cuánto viene de la natura y cuánto de la cultura.

Pero justamente de ese viraje (fruto, en parte, del neofeminismo o ultrafeminismo en boga desde los años setenta, pero exacerbado después del año 2000) ha venido la instauración de discriminaciones en contra del varón.

Primero: discriminaciones legales. La política de cuotas implica que muchos varones, estando mejor cualificados para un empleo (o para una beca de estudios o para un ascenso), se ven descartados y preteridos en aras de la cuota prescrita.

Algunas de esas discriminaciones legales llegan a extremos como: en ciertos países anglosajones, convocatorias en las que se exige de los candidatos su pertenencia al sexo femenino; costo diferenciado por sexo de las matrículas; normas de funcionamiento internas en las cuales el testimonio vale más cuando lo profiere una fémina (desoyéndose los de un hombre si no es coincidente). Y así muchísimas otras.

Cuando, excepcionalmente, los hombres perjudicados han aducido a su favor la propia política de cuotas, suele desestimarse su reclamación, alegándose que el propósito de las cuotas es únicamente favorecer al sexo antes desfavorecido; la cuota no es un fin.

Esa política de cuotas se bautiza con palabras como »paridad», «equidad» y «acción afirmativa». Lejísimos estamos de lo que se reivindicaba en el viejo feminismo: la igualdad de derechos.

Donde las discriminaciones legales son más sangrantes es en el ámbito del derecho sancionatorio, particularmente en el penal, pues en él –en lo atinente a relaciones sexuales o parasexuales– prácticamente se ha impuesto (por vía jurisprudencial cuando no legislativa) una presunción de culpabilidad masculina y una sesgada calificación jurídidica que forzadamente embute en tipos penales conductas que, miradas imparcialmente, son atípicas. Eso va a más y a más, especialmente con la cantinela de «sólo sí es sí». Un piropo puede calificarse de violación. (Sólo que no cuando el piropeado es un varón, claro.)

A las discriminaciones propiamente legales añádense otras reglamentarias, como aquella norma que exige a cualquier hombre que postule a un puesto (empleo, beca u otro) presentar una memoria en la cual diseñe la política de igualdad que él va a proponer a su institución a fin de promover la presencia femenina y darle mayor prominencia. (Un candidato a una beca de matemáticas se ve así constreñido a meterse a diseñador de políticas académicas; el mero silencio no basta; ni bastan los hechos. Exígense palabras; es más: es obligatorio pensar como lo dicta la nueva doxa neofeminista.)

Mas las discriminaciones legales son sólo una parte del problema. Están las discriminaciones mediáticas: el lavado de cerebro desde los medios de incomunicación, que nos representa obsesivamente al sexo femenino como sacrificado, oprimido, agredido, acosado e injustamente discriminado –de lo cual se sigue que muchísimos varones, o casi todos, oprimen, agreden o discriminan a las féminas.

Está el ambiente creado, el de lo políticamente correcto, en el cual se desprecia la aportación masculina al bienestar social y sólo se busca el bien de un sexo, no el de toda la población.

Nunca se recuerda que el 95% de las víctimas mortales de accidentes laborales son hombres o mancebos; que más de la mitad de la población reclusa es masculina; que, cuando hay guerras, mueren los hombres mucho más que las mujeres.

Ni siquiera se valoran las profesiones casi exclusivamente masculinas, sin las cuales la vida social sería imposible: instaladores y reparadores de conducciones eléctricas y otras, trabajo forestal, estibadores, cargadores, repartidores, basureros, reparadores de fachadas y tejados, personal de alcantarillado, de transporte y mudanzas.

Por último, discriminaciones escolares. Las maestras de antes estaban impregnadas de amor y de afecto femenino. Hoy algunas o muchas han sido ganadas por esa ira neofeminista, siendo dudoso que traten con ecuanimidad a sus alumnos. Hay estudios que parecen indicar que los varoncitos reciben un trato más duro y áspero, más desalentador, menos propicio para su desarrollo vocacional y espiritual. Y, encuima, se fuerza a los mozalbetes a la compunción, por haber dizque venido al mundo con una mochila de privilegio a su espalda, sólo por haber nacido con el cromosoma XY.

No se trata de reivindicar que haya más mujeres reclusas ni más que sufran accidentes mortales; ni siquiera que en el sector de la construcción o del transporte se tienda también a establecer cuotas «de género». ¡Para nada!

Hay seguramente causas anatómico-fisiológicas por las cuales ciertas profesiones reclutan a hombres, exclusiva o preferentemente.

Desconozco si haya razones neuropsicológicas por las cuales haya más mujeres que hombres interesadas por la medicina y las ciencias biomédicas y más hombres que mujeres interesados por tecnología, física y matemáticas.

Mas lo que es moralmente inaceptable es que en estas últimas profesiones se quiera imponer coercitivamente una cuota femenina, lo cual implica que quienes no han tenido la suerte de nacer con el cromosoma XX ven, sólo por ello, mermadas sus posibilidades profesionales precisamente en las carreras donde vocacionalmente el sexo femenino está menos presente.

Claro que hay mujeres magníficas en física, astronomía, matemática, arquitectura e ingeniería. Merecen el cálido reconocimiento de sus méritos. No han necesitado cuotas ni políticas de paridad para llegar adonde han llegado.

En el estadio actual ha surgido una situación totalmente nueva, en la cual la lucha contra la arbitraria discriminación se ha convertido en lucha por los derechos del varón.